Hablar de cómo enfrentamos a la muerte siempre pone en evidencia como vivimos. Vida y muerte entonces están fuertemente relacionadas, de allí es como quedarán en la historia y si esta las absolverá o condenará. Como enfrentaron o enfrentarán la muerte los últimos presidentes en nuestro país entonces, no es una incógnita.
La marca de la muerte del General Perón es quizás de las más fuertes, el fervor popular que el despertó en las masas desposeídas, es por demás potente, casi inigualable y muy difícil de medir en su paso del siglo XX al XXI. El modelo de país legado es un ejemplo de justicia social y soberanía política que servirá de comparación para las generaciones futuras. Su muerte dejo un vacío político y el preanuncio de la tragedia militar que vendrá del casi inevitable golpe militar.
La muerte de los genocidas posteriores llevan/ran la marca y las manchas de sangre de sangre de militantes que quisieron transformar la realidad argentina y latinoamericana. En el plano internacional serán recordados como viles esbirros del imperio y la derrota de Malvinas. No los juzga la historia, lo condenan las instituciones y lo seguirán condenando las generaciones futuras.
En democracia Raúl Alfonsín quedará en el medio. Los medios de comunicación se esforzaron casi hasta el cansancio de imponerlo como el “padre de la democracia”, pero es muy difícil que pueda sortear la obediencia debida, el punto final, las “felices pascuas” y el “Pacto de Olivos”. Las heridas que dejo abiertas lo miran más que la crisis final de su gobierno. Lo positivo es que intento e ilusionó al inicio, pero no pudo y claudico totalmente su salida.
Carlos Menem solo espera la muerte y el miedo a que la justicia lo termine de condenar antes que la misma historia. Su gobierno es la traición a la esperanza de una revolución inconclusa. Sus relaciones carnales con el imperio magnifican aún más su traición, su entrega al Fondo Monetario Internacional, los marginados, la pérdida de derechos y la entrega total de nuestra economía, será su marca. Su herencia es la desaparición de la militancia política y la aparición de los mercenarios, asimilados a lo que “es la política”.
De La Rúa como la salida al espanto y la apertura a la desgracia nacional. Un gobierno para olvidar y del que muy pocas cosas podrán rescatar. Su vida es la agonía y la abulia de alguien que pareció nunca estar presente. Su imagen final siempre será el helicóptero, huyendo del incendio nacional.
Duhalde nunca podrá dejar de ser el copiloto de Menem y “partícipe necesario” de aquella traición. Nunca se podrá sacar de encima los asesinatos a Kosteki y Santillán y su precipitada salida.
A Nestor Kirchner la muerte lo encuentra en su juventud política. Sin dobleces, sin claudicaciones, sencillo. Aquel que campeó la tormenta que heredó y el potencial de crecimiento que hoy heredamos. Aquel que desanduvo más de dos décadas de neoliberalismo, aquel que dejo abierto el capítulo del “regreso de lo político” como factor de cambio. No encontraremos una retórica discursiva que truene como Perón, pero sí su convicción y entrega hasta el final. Un “Che” Guevara sin fusil, con la ternura de aquellos que llegaron para no irse jamás. Aquel que puso a la Argentina en el concierto Latinoamericano y mundial como protagonista, dando los primeros pasos a la unidad, haciendo posible el sueño de los libertadores.
A diferencia de otros líderes políticos que necesitan de los medios de comunicación para construir una imagen, Néstor Kirchner seguirá creciendo, superando al hombre y construyendo el mito, un mito necesario para seguir soñando: que otro país y otra América son posibles.
Jorge Colmán
1 comentario:
Seamos realistas. Pidamos lo imposible
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