Hace ya mucho tiempo que los EEUU han bautizado a sus enemigos como “demonios”. Los demonios son figuras del mal y contra ellos no caben los argumentos políticos, se los combate hasta su aniquilación para hacer posible el reino del “bien”.
Uno podría pensar que detrás de estos argumentos existen monjes, sacerdotes o chamanes que manejan toda la vida social y política de los estados, pero no, detrás de ellos estan los gurúes, pero del capitalismo. Así demonizan a todos los gobernantes de los países árabes que no se alinean con la política de los EEUU y el occidente “cristiano”.
Luego del desastre económico y financiero, que nos dejo la década neoliberal, fueron naciendo nuevos gobiernos de corte popular y latinoamericanista que rompieron lazos con el nefasto “Consenso de Washington”. La crisis financiera en los EEUU llevo a un aflojamiento del dominio imperial que permitió el surgimiento y ensayo de nuevos modelos económicos y proyectos de unidad de la subregión americana. A partir de estos sucesos, nuevos “demonios” han surgido en el discurso guerrero norteamericano: Hugo Chávez, Evo Morales y Rafael Correa tienen hoy el honor de ser llamados demonios, junto al ya anciano Fidel Castro. Por ahora, para los EEUU, están en el purgatorio y en observación, los otros presidentes latinoamericanos que renunciaron al ALCA pero todavía no llegan a la categoría de enemigo principal, o sea “demonio”.
Mientras tanto los medios monopólicos de difusión, preparan el terreno en la argentina para llevar a Kirchner y Cristina a la categoría del mal. Es así que comenzaron a anatemizar a todos sus seguidores, o aquellos que se les acercan, catalogándolos como “K” o “Ultrakirchneristas”. Sabedores de que necesitan desgastarlos para preparar el regreso de las políticas de ajuste y neoliberales, reconocen en ellos a un contendiente fuerte. Este es el caso del periodista (exprocesista y neoliberal) Mariano Grondona, que desde el diario La Nazión nos entrega esta nota donde retorciendo un poco el análisis prepara el terreno para catalogar “a los Kirchner” como demonios.
Navega entonces diciendo algo que ya nadie niega: la política utiliza las tácticas y estrategias de la guerra. Pero agregando a la personalidad de Néstor la de maniático, rencoroso, ajeno al diálogo y … asesino. Compara su figura a genios de la estrategia como Anibal y Napoleón, es más, reconoce que viene ganando varias batallas. Pero termina diciendo que es como Hitler, un asesino, un “demonio” que terminara derrotado por su locura. Para acercar su figura a la categoría de demonio trae una figura muy poco angelical a su relato: el Cardenal Bergoglio (el mismo que pedía en Pascuas “mansedumbre” a sus fieles y se mantuvo pasivo ante el genocidio y la agresión neoliberal de los ´90). Bergoglio es la “autoridad” religiosa que puede canonizar o demonizar (para Grondona) a la clase política argentina. Sin embargo muy lejos está el Cardenal y Grondona de la “mansedumbre Cristiana” y en mucho contribuye a la crispación.
En otro renglón esta la democracia que predica el señor Grondona, al cual sus antecedentes no lo ayudan, pero que ejercita en su demagogia contra “los Kirchner”. Plantea que “… (En la democracia) en lugar del concepto de “guerra” prevalece el concepto de “competencia” que no excluye el diálogo…”. Poniendo a Néstor como un belicista nato, elude todos los acuerdos y diálogos alcanzados con Socialistas, Radicales y el Sabatelismo; los ignora, los intenta borrar de la “realidad” para un público que cree ignorante.
Los monopolios mediáticos seguirán intentando demonizar a Néstor y Cristina, pero lejos están de escribir la historia, los “ejércitos del Partido Opositor” siguen peleándose por algo que no han conseguido y que difícilmente consigan, esto es lo verdaderamente angustia a Grondona y al Diario La Nazión.
Jorge P. Colmán
Grupo Jauretche
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Kirchner gana batallas, pero ¿está ganando la guerra?
Por Mariano Grondona http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1250387
Según el diputado Juan Carlos Vega, el problema de Kirchner es que tiene una concepción bélica de la política. El gran analista militar Carl von Clausewitz definió la guerra como "la continuación de la política por otros medios". Primero venía, entonces, la diplomacia y sólo después, si ésta fracasaba, venía la guerra. Esta prioridad de los medios pacíficos de lucha sobre los medios violentos se acentúa cuando se pasa del campo internacional al campo interno, en el que la pugna de los protagonistas por el poder se parece más a un deporte, ya que en él después de la lucha en la que alguien gana y alguien pierde, los rivales se dan la mano. Es que no pretenden aniquilarse en un campo de batalla, sino obtener solamente el favor del electorado hasta la próxima elección. Por eso en la democracia, en lugar del concepto de "guerra" prevalece el concepto de "competencia" que no excluye el diálogo, y hasta la amistad, entre los contendientes que comparten, en definitiva, un destino común.
Este criterio, compartido por los diversos segmentos de la oposición, ¿es acaso el del propio Kirchner? ¿O él vive cada uno de los episodios de nuestra competencia democrática como si estuviera en medio de una lucha a muerte por todo o nada, cuya salida no puede ser otra que la exaltación o la humillación del rival, del "adversario" convertido en "enemigo"? Kirchner divide nuestra vida política entre aquellos que se le someten y aquellos que lo resisten, y por eso ha llamado a su movimiento Frente para la Victoria, como si la necesidad compulsiva de ganar fuera su excluyente ideología, más acá de ideales superadores como el del "bien común" que, según la ética clásica, debiera sobrevolar a las ambiciones parciales.
En el plano teórico, esta versión belicista de la política es incompatible con la democracia. Si en el plano de la teoría la actitud de Kirchner debiera ser rechazada por atentar contra el pluralismo republicano, ¿no está teniendo para él consecuencias favorables en el escabroso terreno de la práctica? Pese a un impulso reñido con la democracia, ¿no le está ganando Kirchner a sus opositores, aunque ellos estén mejor inspirados que él desde el punto de vista moral?
El orden de las batallas
El hecho es que Kirchner está ganando sus batallas. Está ganando acceso a los vastos recursos del ahora complaciente Banco Central. Hasta en nuestra América, contando con la buena voluntad de gobiernos como el uruguayo y el peruano que antes se le oponían, marcha en dirección de la presidencia de la Unión Sudamericana de Naciones (Unasur) a la que empeñosamente aspira. En el Congreso, por otra parte, enerva la mayoría con la que cuentan en principio sus opositores mediante maniobras tan inescrupulosas como exitosas. Estas observaciones dan lugar a una pregunta inquietante: ¿no será que, como advierte el Evangelio, los hijos de las tinieblas son más astutos que los hijos de la luz?
Pero, contra esta inquietante sospecha, también vale advertir que, aun miradas desde la perspectiva "bélica" de Kirchner, una suma de batallas no es la guerra porque la historia abunda en ejemplos de generales victoriosos en batallas que terminaron perdiéndola. Pensemos, por ejemplo, en Napoleón y en Hitler, cuya poderosa corriente de victorias parciales desembocó en una catástrofe final. O pensemos en el general cartaginés Aníbal, quien después de asolar a Italia tuvo que retirarse de ella para defender, sin conseguirlo, a su propia patria. El ejemplo clásico de las victorias en batallas que terminaron mal lo dio el general griego Pirro, a quien el costo que pagaba por cada victoria en el suelo romano no lo acercaba al triunfo sino a la derrota final, y esto hasta el punto de que, después de ganar una gran batalla, exclamó: "¡Con otra victoria como ésta, estaré perdido!". De su caso salió la denominación de "victorias pírricas" que recibieron las victorias parciales tan costosas que presagiaban la hecatombe final.
La razón común de los "destinos pírricos" es que el vencedor de cada batalla, por carecer de reservas, reitera la tragedia de Pirro. Las causas inmediatas de las victorias parciales del propio Kirchner son dos: una, que en cada una de sus batallas pone tal voluntad de poder, mucho más intensa que las de sus oponentes, que hoy algunos empiezan a creerlo invencible, y la otra, que, para él, "ganar" equivale, por lo pronto, a destruir a quienes él considera sus enemigos. Pero ¿cuáles son las reservas con las que cuenta el ex presidente? Ellas disminuyen por el grave deterioro que su conflictiva imagen está sufriendo ante la opinión pública, un 70 por ciento de la cual le ha bajado el pulgar quizá porque, como acaba de señalar el cardenal Bergoglio, se ha cansado del ambiente de "crispación" que han creado las apuestas "bélicas" a todo o nada. Cuando Kirchner "gana", entonces, ¿gana o pierde? Si los resultados electorales del 28 de junio se mantienen, cuando deba enfrentar como debió hacerlo Menem frente a él mismo en 2003, una contundente imagen negativa en el ballottage de octubre de 2011 ante quien sea elevado por el método selectivo que el ballottage exige, ¿cómo hará para evitar la victoria final del candidato aún innominado que lo desafiará? De nada le valieron a Napoleón las cien batallas que había ganado cuando, después, llegó Waterloo.
La lógica de la guerra
El diccionario define a las batallas como "una serie de combates de un ejército con otro". La suerte de cada batalla es precisa, porque en ella un ejército gana y otro pierde. Pero no ocurre lo mismo con la guerra, cuya suerte incierta solo al fin desemboca en la "última batalla" que determinará su desenlace. La raíz etimológica de la palabra "guerra" es el indoeuropeo wir , que significa "confusión". Antes de Waterloo, nadie sabía si Napoleón ganaría o perdería la guerra. Lo que tendríamos que preguntarnos nosotros hoy es si el 30 de octubre de 2011, que es la fecha anunciada de nuestra "batalla final", Kirchner se topará, o no, con su Waterloo.
Cuando escribió sus Memorias sobre la Segunda Guerra Mundial , Winston Churchill extrajo de ellas la siguientes conclusiones morales: "En la guerra, determinación; en la derrota, desafío; en la victoria, magnanimidad; en la paz, buena voluntad". Este lema cuatridimensional era conducente mientras duraba la guerra porque en medio de su "confusión" nadie sabe si al fin ganará o perderá. Por eso, la primera virtud que exige la guerra es la "determinación" que templa a los ejércitos y a los pueblos. Nuestro pueblo y nuestros políticos, que aspiran a consolidar la democracia, tienen que saber desde ahora que, sea cual fuere la salida de cada batalla, sólo aquellos que sigan luchando hasta octubre de 2011 serán leales a su vocación. Todavía nos espera, entonces, un año y medio de "confusión". Llevado por su compulsión "cortoplacista", la inclinación de Kirchner es tomar cada batalla, cada "parte", como si fuera el todo. También Hitler se sentía alentado por su serie espectacular de victorias parciales sin advertir que la suma de todas estas "batallas" estaba preparando la alianza de todos aquellos que le temían hasta que, al fin, cayó Berlín.
Si su obsesión cortoplacista puede animar entonces, por ahora, a Kirchner, también es verdad que, si sus adversarios saben resistir sus embates sin mimetizarse por eso con él, la "guerra" que él le ha declarado a la democracia, y que se traduce en la intención de asegurar para él y su esposa un ciclo interminable de reelecciones, puede desembocar en la consolidación definitiva de esta democracia que, hace veintisiete años, inauguró Alfonsín.
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